Suelo tropezarme y caer.
Otras veces, por costumbre,
me lanzo al asfalto por voluntad propia.
Quizás sea por caminar mirando al cielo,
quizás por esa tendencia insana a la autoagresión.
En cualquier caso acabo haciendo de este suelo
un hogar soledumbre.
Pero existe un duende que,
si esto sucede, por mí vela.
Recolecta todas las piedras perecederas
y las convierte en diamantes.
Este duende besa mi nariz al acostarme
para sanar mis heridas,
dejar de tener pesadillas
y compartir con él sueños llenos de magia
y arte.
Es, y será, mi fiel amante.
Aquel que soporta mis pataletas,
aquel que es niño para ilusionarme
y hombre para amarme.
Compañero de viajes,
capaz de fabricarme unas aletas
y navegar con él por infinitos mares.
Es, y será,
mi aliado constante.